LA NATURALEZA HUMANA:
¿OBSTÁCULO O GARANTÍA DEL LIBRE DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD?
UN PLANTEAMIENTO DESDE LA FILOSOFÍA DEL SER*
HUMAN NATURE:
AN OBSTACLE ORGUARANTEE FOR THE FREEDEVELOPMENT OF PERSONALITY?
AN APPROACH FROM THEPHILOSOPHY OF BEING
Recibido septiembre 29 de 2011, Aprobado noviembre 3 de 2011
Liliana Beatriz Irizar
Doctora en Filosofía. Docente investigadora, Universidad Sergio Arboleda, Bogotá, Colombia.
liliana.irizar@usa.edu.co
Este artículo es el resultado de dos proyectos de investigación que desarrolla el Grupo
Lumen, Humanismo cívico: un nuevo modo de pensar y comportarse políticamente (filosofía
política) y el Proyecto Dewan en español (metafísica, antropología y ética), de la
Universidad Sergio Arboleda, Colombia.
Deseo manifestar mi gratitud al profesor Pablo Álamo, investigador principal de Lumen,
por sus valiosos comentarios que han enriquecido este trabajo. También a Angy Bernal
Garzón y a Wilmar Javier Medina Lozano, por su generoso apoyo de siempre.
Resumen La pregunta contenida en el título de este trabajo tiene como objetivo traer una vez más al debate filosófico-jurídico-político el derecho fundamental recogido por la Constitución Política de Colombia como “derecho al libre desarrollo de la personalidad”. La intención de este escrito consiste en analizar los alcances de este derecho considerándolo a la luz de la filosofía del ser. Esto es, se trata de analizar el significado y alcance del derecho al libre desarrollo de la personalidad puesto en su relación esencial y dinámica con la naturaleza humana teleológica. Palabras clave Derecho al libre desarrollo de la personalidad, filosofía del ser, naturaleza humana, teleología, personalidad, libertad emocional, vida lograda. |
Abstract Located in the Colombian legal context, the question refered to in the title of this paper, hopes to address, one more time the philosophical, political and legal debate of the fundamental right, which is recognized by the Political Constitution of Colombia as the “right to free development of personality”. The intention of this paper is to analyze the scope of this fundamental right, through an analysis of the philosophy of being. That is, it analyzes the meaning and implications of the right to free development of personality regarding its essential and dynamic relationship with teleological human nature. Key words Right to free development of personality, philosophy of being, human nature, teleology, personality, emotional freedom, flourishing life. |
Sumario: Introducción; 1. La naturaleza humana y la ley natural como parámetro metafísico- axiológico; 2. ¿Qué libertad? ¿Qué personalidad? Sobre la importancia de precisar los conceptos; 3. La naturaleza humana: límite y garantía del libre desarrollo de la personalidad; 4. Conclusión; Bibliografía.
Introducción
Es innegable que vivimos en una época marcada por contrastes profundos y desafiantes. Por un lado, somos testigos de las más extraordinarias conquistas científicas y técnicas jamás alcanzadas. Esto es algo en sí mismo positivo: certifica el poder extraordinario del espíritu humano y su capacidad creativa inagotable. Por otro lado, es fácil percibir que la cultura occidental acusa una profunda indigencia. En términos generales se muestra privada, desprovista, de lo esencial, a saber: carente de una indagación y una reflexión rigurosas sobre el ser humano, su origen y sentido último. A este respecto, es necesario acudir a un contexto explicativo más amplio: la presencia de una profunda crisis intelectual —tangible como escepticismo frente a la verdad— y moral, crisis esta última inseparable de la anterior y traducible como relativismo ético, ampliamente difundido y aceptado. Ahora bien, uno de los objetivos de este trabajo consiste en poner de relieve hasta qué punto las resonancias de este espectro cultural afectan sensiblemente a la persona y a sus derechos fundamentales, así como a la correcta comprensión y aplicación de los mismos.
Situándonos siempre en el contexto jurídico colombiano, la pregunta contenida en
el título de este trabajo tiene como objetivo fundamental traer una vez más al debate
filosófico-jurídico-político un tema que, como es bien sabido, no solo ha sido
abordado desde áreas del conocimiento como la filosofía, el derecho y la ciencia
política, sino que ha servido de pieza argumentativa clave a un buen cúmulo de
sentencias de la Corte Constitucional. Se trata del derecho fundamental recogido
por la Constitución Política de Colombia como “derecho al libre desarrollo de la
personalidad”1
.
La intención de este escrito consiste en analizar los alcances de este derecho considerándolo
a la luz de la filosofía del ser. Esto es, puesto en su relación esencial y
dinámica con la naturaleza humana teleológica, es decir, la concepción metafísica
de la naturaleza humana según la cual esta posee un telos, finalidad intrínseca u “orientación [de un ser] hacia su propio perfeccionamiento”2
.
1. La naturaleza humana y la ley natural como parámetro metafísico-axiológico
Como punto de partida será necesario hacer una breve alusión a lo que se entiende en este trabajo por “metafísica”, y a la caracterización de nuestra cultura como “posmetafísica”.
Para el primero de esos dos cometidos recurriremos al padre de la metafísica. Nos
basaremos en la primera definición presentada por Aristóteles en su Metafísica:“ciencia del ente en cuanto ente”3
. La metafísica se ocupa de pocas cosas, pero
que son las más importantes: el fundamento de la realidad que es el ente y sus
principios. Responde, por eso, a las preguntas más radicales, las que están en la
raíz de todo: ¿Qué es el ser? ¿Cuáles son sus causas? Nos encontramos ante el
núcleo de la filosofía y del saber en general porque su objeto de estudio es el ser
y de él, de una u otra manera, se ocupa todo saber, toda disciplina.
Trasladando estas nociones a nuestra experiencia vital, es posible afirmar que la
metafísica o filosofía primera se relaciona directamente con una vocación genuinamente
humana: todo hombre desea por naturaleza saber4
, pero su ansia, su
anhelo de saber solo se satisface cuando se hace preguntas y obtiene respuestas
no parciales ni provisionales, sino totales y definitivas. La metafísica es la ciencia
filosófica encargada de hacerse tales preguntas. Por eso, porque se plantea y responde
los interrogantes más radicales, la metafísica es la ciencia que está llamada
a responder las preguntas por el sentido, es decir, las preguntas por el origen y el
significado de la propia existencia, de su finalidad absoluta y totalizante: ¿De dónde
vengo? ¿Quién soy? ¿Tiene sentido mi vida? ¿Hacia dónde se dirige mi existencia?
Precisamente porque vivimos en la “era posmetafísica” nuestra cultura experimenta
una profundísima crisis de sentido. Pero, ¿por qué hablamos de “final de la metafísica”?
Con esta expresión se alude a un conjunto de corrientes procedentes de
filiaciones filosóficas diversas, pero convergentes todas en negar a la metafísica
su pretensión de área del conocimiento que se ocupa de la verdad objetiva, universal
y perenne. Una verdad que trasciende los datos tangibles percibidos por
los sentidos. Como contrapartida, estas corrientes se proclaman en favor de las
múltiples interpretaciones5
. Dicho con otras palabras, en este horizonte intelectual
la metafísica aparece como una de las tantas posibles interpretaciones, “una
retórica más”6
, y la verdad, “tal como la planteaba Nietzsche, no sería más que un‘ejército móvil de metáforas’”7
.
Pero lo cierto es que, trátese de uno u otro punto de vista, lo que se proclama de manera casi unánime en nuestra cultura es el final de la metafísica:
“… unos porque celebran esta terminación y pretenden desembarazarse definitivamente de ella, como si fuera una ilusión que ha distorsionado durante siglos la mente humana; y otros porque desprecian el producto intelectual que la sucesión de impugnaciones y reposiciones ha traído consigo, y pugnan retornar a un pasado que ofrecería la auténtica tradición de la filosofía primera”
8
.
Uno de los objetivos del presente escrito consiste en poner de manifiesto, tan claramente
como sea posible, que el “adiós a la metafísica” representa mucho más
que una cuestión de exclusivo interés filosófico. Por el contrario, la ignorancia
metafísica de la que padece el hombre contemporáneo ha conducido a nuestra
cultura a una de las crisis más profundas jamás padecidas en torno a la confianza
en la razón y su capacidad de llegar a la verdad y al bien de alcance universal. De
ahí nuestra insistencia en la necesidad de defender y estudiar metafísica, la que
se propone aquí, es decir, la metafísica realista o filosofía del ser, de inspiración
aristotélico-tomista. Prescindir de una reflexión rigurosa sobre el ser, la esencia,
las causas últimas, etc., para dar crédito únicamente a la razón científica o positiva,
conduce a la situación de fragmentariedad y dispersión del saber que inundan
nuestra actual cultura, lo que, a su vez, lleva al escepticismo frente a la verdad,
al relativismo ético y al nihilismo como notas epocales sobresalientes9
.
Se trata de una atmósfera sociocultural que, en último término, pone en riesgo la
dignidad de la persona. En efecto, es a través del prisma ideológico que acabamos
de describir que son analizadas y valoradas realidades tan trascendentes como la
libertad, la personalidad y los derechos fundamentales. Tenemos así una libertad
entendida como “autonomía absoluta”10
, y una comprensión de la personalidad
y de los derechos humanos desgajada de la esencia del hombre. En plena consonancia
con estas convicciones se ha llegado a aceptar que la libertad absoluta de
que goza cada individuo le confiere el derecho de escoger cualquier vía, la que él
prefiera, para desarrollar su personalidad. Cualquier camino es válido para desarrollarse
individualmente con tal de que esa vía sea efecto de la libertad personal.
Surge, entonces, el gran interrogante: ¿y es que acaso existe otro modo de entender
la libertad? En este ensayo pretendemos mostrar que el significado de la libertad,
la personalidad y los derechos humanos cambia sensiblemente cuando se los
examina desde la perspectiva de la naturaleza humana o esencia del ser humano
entendida metafísicamente. Porque, como consecuencia de la mentalidad cientificista
mencionada, hoy asistimos a la hegemonía de la razón positiva (científica, calculante) la cual conduce, a su vez, a una naturaleza positiva. Hacemos referencia
a la comprensión de la naturaleza bajo los cánones del nominalismo occamista y
del mecanicismo cartesiano. A partir del momento en que se desterraron de la reflexión
filosófica los universales –eso es, básicamente, el nominalismo–, y en que,
por su parte, el matematicismo cartesiano limitó la naturaleza física a “extensión,
figura y movimiento local”11
–eso es, la res extensa a través de la que Descartes
ideó un universo mecanizado–, a partir de entonces la naturaleza solo podrá ser
leída a la luz del método y del modo de pensar matemático quedando reducida,
pues, a un conjunto de datos fácticos incapaces, de por sí, de servir de parámetro
valorativo, de indicar un deber ser. Para esta mentalidad, la naturaleza asumirá
un papel meramente funcional, se convertirá en algo de lo que el hombre puede
disponer: se trata de conocerla “para hacernos así (sus) dueños y poseedores”12
.
Comprensión positivista e instrumental de la naturaleza que arranca en la primera
modernidad y a la que han contribuido, tal como señala Ballesteros, tanto los
economicistas burgueses como los marxistas: “Así, en efecto, para Marx la naturaleza
no sería otra cosa que simple materia prima”13
.
Muy distinta aparece la naturaleza tal como la concibe la filosofía del ser. En el
horizonte intelectual de la filosofía metafísica, la captación de la naturaleza (forma
o esencia)14
se sitúa en otro nivel del saber racional: más allá de los datos tangibles
y positivos de los sentidos, aunque partiendo siempre de ellos. Así visualizada,
la naturaleza es entendida como principio de identidad, de comprensión y
operatividad de cada cosa.
La esencia o naturaleza de algo (una piedra, una planta, un animal o un ser humano)
es lo que le confiere identidad, es decir, le permite ser eso que específicamente
es. Una cosa se convierte en algo determinado (hoc aliquid) gracias a la forma:
así por ejemplo, para un perro ser consiste en ser perro, es decir, para este ente
no hay otra posibilidad de existencia sino a través de su perreidad, o sea la naturaleza
o esencia de perro por la cual recibe el ser y, a la vez, su identidad propia.
Es lo inteligible del ser, “algo que satisface la mente”15
. La forma o naturaleza,
subraya Lawrence Dewan “es lo que hace a la cosa considerada como un todo, ser
absolutamente ‘una’”16
. El carácter completo y acabado de cada cosa es, pues, obra
de la forma: “Cuando vemos que una cosa tiene forma, vemos que ella está ‘toda ahí’, que es un producto terminado. Ver la forma es ver una totalidad, algo completo,
tal como la plenitud de un círculo (nada puede añadirse o quitarse sin destruirlo
[ST I.76.8]”17
. De ahí que, señala Dewan, la forma es la “visibilidad” del ente.
Es principio de las operaciones de un ser. De hecho, percibir el acabamiento o la
perfección de un ser va unido necesariamente a la captación de las operaciones
propias y de las cuales la forma o naturaleza constituye el principio o fuente18
. En
efecto, cuando se detecta la función específica de un ente se posee la convicción
de que tal cosa está “allí por completo”19
.
Resumiendo, se puede afirmar que la naturaleza de una cosa es la raíz del conjunto de características que la identifican y diferencian de otras. De ahí la conocida definición de naturaleza o esencia como aquello que hace que algo sea (específicamente) lo que es.
También se puede decir que la naturaleza es el modo de ser según el cual uno
actúa. Así, lo que define al ser humano (su naturaleza) es su alma racional o espiritual.
Ella es la fuente de todas las cualidades propias del ser humano: racionalidad,
libertad, lenguaje, etc. También, de todas las funciones específicamente
humanas: entender, querer, elegir, comunicarse, amar… Pues bien, este conjunto
de cualidades, tendencias y funciones que son expresión de una naturaleza —la naturaleza
humana en este caso específico del que tratamos— no puede ser desoído,
desdeñado, a la hora de legislar, de diseñar programas educativos o económicos, o
simplemente cuando se trata de trazar el proyecto vital personal. Estamos frente
a un presupuesto metafísico-antropológico que no es posible obviar sin desmedro
de la auténtica realización de la persona humana. Esto es lo que vislumbró la
clarividencia metafísica de un Santo Tomás de Aquino, al afirmar que: “Es preciso,
en efecto, que lo que compete a una cosa natural e inmutablemente sea principio
y fundamento de todo lo demás, ya que la naturaleza es lo primero en cualquier
ser, y todo movimiento deriva de algo inmutable”20
.
De acuerdo con esto, se percibe con bastante evidencia que para la filosofía del ser,
la naturaleza es teleológica21
: es al mismo tiempo principio y fin22
. Es fuente de la
identidad y operatividad de un ente y meta hacia la cual debe dirigirse el despliegue existencial de dicho ser: “Cada cosa se orienta hacia sus acciones propias, y
el principio de tales acciones es justamente su naturaleza”23
.
Justamente, esta doble caracterización de la naturaleza como principio y fin es lo
que la habilita para ser de suyo normativa: ella es parámetro, regla que permite
valorar (“medir”) qué operaciones son o no naturales para un determinado ser.
Tengamos presente, con todo, que si bien toda naturaleza es teleológica, esta nota
de la normatividad, en rigor, únicamente es aplicable a la naturaleza humana,
ya que solo el ser humano, en virtud de su racionalidad, es capaz de conocer la
propia naturaleza en cuanto tal y, a partir de esta comprensión, aceptarla, o no,
como ley y patrón de conducta24
.
En este orden de ideas, y en consonancia con el tema de este trabajo, corresponde
puntualizar de qué modo la naturaleza es regla del obrar humano. Si tenemos
presente que ella es fin (telos) del ser que especifica, y que el fin es aquí sinónimo,
no de término, sino de bien o perfección25
, advertiremos con facilidad que de cara
a dicha meta ontológica el ser humano puede evaluar qué actos lo retienen dentro
de los carriles de su propia plenitud existencial y cuáles lo sitúan fuera de las
coordenadas de su perfección. En pocas palabras, la perfección del ser racional
a que puede aspirar el hombre se convierte para él en deber ser y, por lo mismo,
en medida o criterio a cuya luz puede reconocer como naturales o no naturales
determinados actos, esto es, como potenciadores o no de su ser específico. Ella es
principio y fundamento de todo lo demás, nos acaba de recordar Tomás de Aquino.
Una vez asumida la teleología presente en toda esencia o naturaleza, también en
la humana, estamos en condiciones de vernos a nosotros mismos no meramente
como sujetos con capacidad de elección –esto es, aptos para fijarse metas o fines
subjetivos y escoger los medios conducentes a dichos fines–, sino como seres dotados
también de una inclinación natural, puesto que de toda forma (o naturaleza) se
sigue una inclinación26
. En este caso la propia, como veremos, de un ser racional.
Somos conscientes, no obstante, de las dificultades que encierra para el hombre
contemporáneo la noción de naturaleza teleológica traída aquí. Justamente, esto
nos confirma en la necesidad de abordar el tema, de manera particular cuando
lo que está en juego es la persona humana y el logro de su verdadera plenitud o
desarrollo. Porque tal como ha advertido Robert Spaemann,“El abandono del concepto de teleología natural vino impuesto, como se dijo, por
un interés fundamental, el interés en el sometimiento de la naturaleza. Para quien
quiera hacer con una cosa todo lo que se le antoje, la pregunta de a qué aspira de
suyo esta cosa ha de resultar inoportuna”27
.
Se nos pone sobre aviso, así, de las implicaciones encerradas en la negación de una naturaleza y de unos fines naturales del hombre: la pérdida de lo que es originariamente humano en él, al no reconocer su singularidad como ser espiritual (no solamente corpóreo), abierto a la trascendencia. Negación que abre la puerta a otros peligros visibles que se derivan de ahí: la confusa comprensión de la personalidad y de la libertad.
2. ¿Qué libertad? ¿Qué personalidad? Sobre la importancia de precisar los conceptos
El concepto de libertad dominante en nuestra cultura es el que la traduce como
pura espontaneidad o autonomía absoluta. Se trata de una libertad sin naturaleza,
antes bien, contrapuesta a la naturaleza y a la ley natural o moral. Una autonomía
sin límites que deja al sujeto en capacidad efectiva de seguir las propias
apetencias y secundar las preferencias personales sin ningún tipo de restricción,
como no sea la libertad y los derechos individuales ajenos. Es lo que se conoce en
el ámbito de la filosofía política contemporánea como “libertad negativa”, en expresión
definitivamente consagrada por Isaiah Berlin, para quien libertad en este
sentido significa “estar libre de interferencias más allá de una frontera variable,
pero siempre reconocible”28
. Básicamente, lo que Berlin entiende por libertad negativa
no es más que la libertad psicológica o libre albedrío29
, concebidas en todo
caso haciendo abstracción de la naturaleza.
La antropología metafísica que sirve de marco epistemológico al presente estudio
sostiene, por el contrario, que los individuos solo alcanzarán su auténtica realización
cuando acepten los elementos genuinos de la naturaleza que los constituye
como personas. Así, la libertad arraigada en una naturaleza es entendida no como
pura espontaneidad, sino como liberación de sí mismo. Una libertad en sentido
no simplemente psicológico, sino específicamente moral la cual “ha ser conquistada
por el ejercicio de acciones, no solo libres, sino liberadoras, es decir, de acciones
que incrementen y amplíen la libertad”30
. Esta comprensión de la libertad
se basa en la restauración del vínculo natural que existe entre ella, la verdad y la
ley natural o ley moral. En efecto, para entender la libertad como liberación de sí
mismo es ineludible asumir que esta se esclarece y vigoriza gracias a la verdad y
al bien que la preceden.
Tal como hemos visto, en este esquema antropológico se concibe a la naturaleza
humana como teleológica o normativa, esto es, como norma o medida del obrar
humano al sugerirnos cuál es el rumbo que es justo imprimir a cada una de nuestras
acciones. Así, es dable admitir que existe una regulación ontológica de la libertad
que se denomina ley natural y cuyo contenido lo constituyen los bienes o fines de la naturaleza humana que consisten, ha enseñado Santo Tomás de Aquino,
en aquellas cosas a las que el hombre se inclina naturalmente31
. Aludir a la ley
natural implica, pues, referirse a una ley del ser, en este caso, del ser humano.
Ley intrínseca y, por tanto, no impuesta desde fuera, en la que el hombre descubre
un horizonte ilimitado para el libre y creativo engrandecimiento de su ser.Bajo la perspectiva metafísica de la naturaleza humana es posible reconocer el
vínculo íntimo entre ley y libertad. La libertad humana es la libertad de una criatura
y, por lo mismo, sabiamente legislada o “medida” por su Creador; no es, por
tanto, anárquica ni absoluta32
. Dicha regla es la naturaleza humana y sus fines
inmanentes, o ley natural. Esta ley, porque es principio y manifestación de la
profunda verdad sobre el ser humano, no solo no coarta la libertad, sino que la
garantiza y legitima.
De manera más precisa es necesario distinguir, por un lado, entre la simple libertad
psicológica, entendida como la capacidad que tiene la voluntad orientada por
la razón (voluntas ut ratio) de autodeterminarse a querer un bien concreto. Y por
otro, la libertad emocional o liberación de sí mismo. Ahora bien, en el ejercicio de
la libertad psicológica no queda en modo alguno garantizado el que la persona
escoja aquellas acciones que verdaderamente la liberan, esto es, opciones que la
encaminan hacia la verdad de su ser, a su telos o plenitud personal. Para realizar
esas opciones se requiere el cultivo o aprendizaje de hábitos buenos, de modo
que el libre albedrío se convierta en libertad emocional o liberación de sí mismo33
, esto es, liberación de todo desorden afectivo que entorpezca el camino hacia la
perfección personal.
De ahí que, y tal como ha enseñado Juan Pablo II, esta libertad donada “se ha de
acoger como un germen y hacer madurar con responsabilidad. Es parte constitutiva
de la imagen criatural, que fundamenta la dignidad de la persona, en la
cual aparece la vocación originaria con la que el Creador llama al hombre al verdadero
Bien…”34
.
Para la antropología metafísica también la personalidad cobra plena significación a partir de la naturaleza humana teleológica. De modo que el telos humano constituye un referente metafísico-axiológico desde el cual es posible juzgar qué opciones vitales contribuyen a desarrollar la personalidad y qué opciones la obstaculizan y socavan.
Ahora bien, la finalidad natural, en el caso del ser humano, es la que corresponde
a una naturaleza racional o espiritual que, tal como ha enseñado Aristóteles, es en
cierto modo infinita respecto de la naturaleza corpórea. Porque somos, en efecto,
capaces de conocer “todas las cosas”35
, traer hacia nuestro interior y “apropiarnos”
del universo entero36
. En virtud de su naturaleza espiritual o racional, la persona
es apertura37
, la cual conduce a una corriente de interacción entre el yo personal
y la realidad, de manera particular, con el tú personal de los demás seres humanos.
Tal interacción se traducirá, en muchos casos, en un incremento de su ser38
.
Situado en esta misma línea de pensamiento, Juan Cruz Cruz distingue entre persona
y personalidad, definiendo la personalidad como “la modulación de la persona
que consolida en el tiempo y en la sociedad el propio orden operativo de la persona
en forma de hábitos, costumbres y tradiciones, en la medida en que tiene conciencia
del propio yo y libre disposición de sí”39
. Para el profesor Cruz, la categoría
de personalidad es de orden psicológico y presupone la estructura óntica propia
del ser persona. Por eso, sostiene que “la persona es personalidad en potencia, la
cual ha de ser actualizada con actos personales; y la personalidad es la persona
en acto, un sujeto desplegado en actos personales”40
. No es posible detenernos en
este interesante análisis que realiza Juan Cruz acerca de la distinción, a la vez queíntima relación, entre persona “como estructura óntica” y la personalidad como
el orden operativo de la persona41
. Sin embargo, para efectos de este escrito, nos
atenemos a esta visión de la personalidad como algo que se “construye” a partir
de una naturaleza dotada, sí, de unas orientaciones fundamentales pero que, de
suyo, no posee una dirección concreta. De ahí que, contando con esta naturaleza
y sus fines inherentes, la persona es responsable de imprimir a dicha naturaleza
una “determinación sobreañadida” (hábitos). Pues bien, “al conjunto de habitudes
estables o disposiciones fijas insertadas en la sustancia humana se le puede llamar‘personalidad’”42
. De modo que, a la luz del telos propio del ser humano, según que
se aproximen o no a dicho fin innato, es posible hablar de personalidades que se
sitúan en los carriles de su auténtico desarrollo o, por el contrario, avanzan hacia
una involución que tarde o temprano desencadena en autodestrucción.
Se puede afirmar que, así concebida, la personalidad es más que una realidad
psicológica. Es también, y fundamentalmente, resultado de las opciones libres
del sujeto. En síntesis, la personalidad no es solo una categoría psicológica sino esencialmente ética en tanto que resulta inseparable de la libertad y de la responsabilidad: “… lo ‘moral’ está fuertemente radicado en lo humanum y más exactamente
es lo que se debe definir como lo ‘personal’. La moralidad define de manera
radical la dimensión personalista del hombre”43
.
Esto nos remite al significado más profundo de la noción de persona entendida
como “lo que es más perfecto en la naturaleza”44
. Perfección enraizada en su naturaleza
racional que le confiere el ser consciente de su ser; cualidad antropológica
que, a su vez, confiere a la persona la autoposesión de sí. Ser alguien y no
algo equivale en este contexto a ser dueño de sí mismo45
. Dicho en otros términos,
afirmar que el ser personal es racional o espiritual es tanto como decir que es un
ser “abierto a otro ser, un ente que se tiene a sí mismo en su poder y puede disponer
libremente de sí”46
.
Precisamente en la experiencia de la autoposesión y el autodominio, el hombre experimenta
el hecho de ser persona47
. En cada opción moral se percibe a sí mismo
como alguien capaz de autoconfigurar libremente el propio ser.
Volviendo a nuestro tema central, y sintetizando lo desarrollado hasta aquí, se ponen
de relieve dos cuestiones nucleares. Por un lado, que la naturaleza espiritual
posee un dinamismo intrínseco que la impulsa insaciablemente siempre a querer,
desear, (ser) “más”. En este sentido, Lawrence Dewan ha observado que: “El apetito
(o deseo) humano es apetito de plenitud de ser, del ser propio de la naturaleza
intelectual: ser, de algún modo, todas las cosas”48
. Eso de lo que tenemos sed los
seres humanos, el espíritu no se sacia sino de infinito: de una libertad absoluta
e ilimitada, de un amor y una felicidad que traspase las fronteras del espacio y el
tiempo. Lo semejante solo se contenta con lo semejante, y nuestra alma, que es
espiritual, casi infinita, no se contenta con menos. La persona humana tiende,
efectivamente, al desarrollo de su ser con necesidad natural.
Por otro lado, tenemos la innata aspiración a la libertad. La persona se experimenta
a sí misma como alguien constitutivamente libre; es consciente de que “su existencia
tiene un horizonte indefinido, que trasciende todo ámbito sectorial”49
, percibe
que su ser “no queda aprisionado en ningún restringido ámbito de la realidad”50
.
¿Quién se atrevería, entonces, a poner en tela de juicio el mérito encerrado en todos los esfuerzos políticos y jurídicos orientados a defender y promover este valor fundamental por el que el individuo humano se siente incitado constantemente a expandir el propio ser y hacerlo desde su libertad? Por consiguiente, lo que aquí se propone no es, en modo alguno, negar la importancia del desarrollo de la personalidad y de la libertad. No estamos haciendo en absoluto una proclama en contra del derecho al libre desarrollo de la personalidad. Muy por el contrario, lo que queremos es repensar esas nociones desde la filosofía del ser. De modo que, superando los modos meramente naturalistas de pensar, insuficientes de suyo para abordar y entender de manera adecuada la compleja y riquísima realidad de la persona humana, la filosofía metafísica nos ayude a reconsiderar si lo que usualmente se asume como desarrollo, como libertad y personalidad, realmente lo es.
3. La naturaleza humana: límite y garantía del libre desarrollo de la personalidad
Si en la raíz del dinamismo que atraviesa y une la libertad y la personalidad se
sitúa la naturaleza humana no es para constituirse en una barrera del desarrollo
personal. Todo lo contrario. En realidad, una libertad absoluta, esto es, una
libertad que todo lo mide y no es medida por nada, tarde o temprano desemboca
en el fracaso vital y en la autoanulación de la misma libertad. Porque, “la libertad
es auténtica en la medida que realiza el verdadero bien. Solo entonces ella misma
es un bien. Si deja de estar vinculada con la verdad y comienza a considerar
esta como dependiente de la libertad, pone las premisas de unas consecuencias
morales dañosas incalculables”51
.
En efecto, el espejismo inicial que prometía “el paraíso” de una libertad como espontaneidad pura y sin trabas, acaba en la existencia enajenada de un individuo emocionalmente esclavo:
“son los casos, escribe Llano, del alcohólico, del drogadicto, del vanidoso patológico
o del play-boy. Cada una de estas personas actúa con pasiones compulsivas que
prácticamente le obligan a comportarse de una manera autodestructiva, a pesar de
no tener ningún obstáculo externo para dejar de comportarse racionalmente; o quizá
precisamente por no tenerlo, en una sociedad que muchas veces confunde la libertad
con el permisivismo. En un nivel superficial, se puede decir que una persona de
este tipo “hace lo que quiere”; pero eso que, aquí y ahora, quiere –impulsada por un
placer o un dolor casi irresistibles– no es precisamente lo que ella misma “quisiera
querer” […] Porque lo más significativo de estos casos de emotivismo desbocado es
que en ellos se distorsiona la visión de la realidad, se pone como algo esencial aquello
que –en el mejor de los casos– solo es accidental, y cada vez resulta más difícil
saber cómo son las cosas y quién soy yo”52
.
Se constata así que, si bien las personas no podemos decidir lo que somos, podemos,
sin embargo, apropiarnos libremente de las leyes de nuestra esencia o atentar
contra ellas y degenerar53
. De hecho, tal como ha enseñado Robert Spaemann, en
nuestros juicios sobre la humanidad o la inhumanidad de ciertos modos de vida o
acciones apelamos, “a algo como una verdadera naturaleza del hombre”54
. Y añade
que esto revela que para la persona la naturaleza encierra un deber ser: “Pues, en
cierto sentido, es humano todo lo que el hombre hace. Por eso cuando calificamos
algo de inhumano presuponemos un concepto normativo de la naturaleza humana,
con el cual no se corresponde necesariamente todo lo que el hombre hace”55
.
Desde esta perspectiva metafísica (no meramente naturalista) de la naturaleza humana adquiere cumplida significación hablar de personalidades desarrolladas, maduras o logradas (ciertamente dentro, siempre, de los confines de perfección alcanzables por un ser limitado como el hombre) distinguiéndolas, así, de otras que, por contraposición, podemos denominar truncadas, inmaduras o malogradas. En este sentido, advierte Alejandro Llano que:
“Como ser libre que soy, resulta que puedo obrar según mi naturaleza o en contra de ella. Pues bien, cuando actúo según mi naturaleza cabe decir que mis operaciones la están recordando, se están ateniendo a ella y, por lo tanto, que me estoy encontrando con mi propio ser. En tal caso, mis operaciones son básicamente rectas y se orientan hacia la vida lograda. Si van contra la naturaleza, contribuyen a malograr mi vida, a que yo me haga daño a mí mismo, porque me estoy olvidando de mi modo de ser”
56
.
Infortunadamente, sobreabundan cada vez más los testimonios, a veces muy cercanos, que ilustran y permiten transmitir mejor que mil teorías las consecuencias que se siguen de desoír la propia naturaleza. Son efectos dolorosamente visibles en todos los tipos de adicción que hoy proliferan y que estaría demás enumerar. Son casos en los que la libertad ha traicionado la naturaleza y el precio que paga por ello es el de su autodisolución junto con el saldo de una personalidad y una existencia empobrecidas hasta el hastío y la desesperación. Como dirá Alejandro Llano:
“(Una vida malograda) es una vida que se ha dañado a sí misma en puntos esenciales
y no ha acertado a poner remedio a sus errores prácticos. Y todo eso no es ‘moralina’,
que diría Nietzsche, porque el origen del problema no estriba en un superficial
atentado contra la decencia, la sobriedad, la honradez o las buenas costumbres.
La raíz de la cuestión está en que me he vuelto contra mí mismo y me he golpeado
ciegamente y sin ninguna consideración, aunque probablemente haya sido con escasa
voluntariedad, llevado más por la debilidad que por la malicia”57
.
Todo lo dicho nos lleva a la conclusión de que la naturaleza teleológica no es un límite sino una garantía de la libertad y del desarrollo de la personalidad. En efecto, la naturaleza humana, cuando es oída, permite a la persona desplegar a través de actos liberadores lo mejor de sí.
4. Conclusión
“Aún no amaba yo, pero quería ser amado. […] Ardía en deseos de amar y buscaba
un objeto para mi amor. Quería ser amado…”58
.
Esta conmovedora confesión de San Agustín pronunciada al hilo de una búsqueda tan dolorosa como apasionada, resume magníficamente el contenido, seguramente algo abstracto, de este trabajo, y en dos líneas hace ostensible el hondo mensaje existencial que se ha querido transmitir.
Tal como hemos visto, la naturaleza humana es racional o espiritual, dotada de
un telos o “frontera interior, dadora de sentido”59
. El hombre es un animal de sentido
precisamente porque es racional. Su vocación de sentido es innata. Su inteligencia
lo induce naturalmente a buscar fuera del “aquí y ahora” el significadoúltimo de sus afanes y proyectos. Ciertamente, la vida posee diversos niveles de
significación, pero es tarea de cada individuo, a partir de una afectividad y una
libertad maduras, detectar cuál de esos niveles es capaz de conferir significación
plena a los restantes.
El lenguaje de la naturaleza humana no cesa de invitarnos una y otra vez a retornar
al núcleo de nosotros mismos, a nuestro ser más profundo: nuestra alma
espiritual que se alimenta y vive de lo esencial, a saber: de la Verdad, el Bien, el
Amor, la Belleza. En efecto, ese lenguaje silencioso se hace especialmente perceptible
en el deseo de infinito o de plenitud de amor (de amar y ser amada con un
amor total) que anida en el corazón de la persona, y que es manifestación de su
alma espiritual. Por eso, el desarrollo de la persona o de la personalidad es un
desarrollo no meramente material, pero ni siquiera psíquico sino, ante todo, espiritual.
Esto significa que la persona crece cuando desarrolla su vida espiritual,
una vida que madura cuando se abre al amor-donación con las demás personas
y con su Creador.
La naturaleza es límite, sí, pero no un límite negativo sino positivo. Los operadores políticos y jurídicos son responsables de escuchar este lenguaje de la naturaleza, no para dar paso a un moralismo estatal, sino para promover estilos de vida que estimulen el recuerdo de la naturaleza y desalienten las opciones que desoigan el lenguaje de ella. La función de la ley, sobre todo en este campo, está llamada a ser más proactiva que reactiva. Esto es, tiene, como enseñó el gran Platón, una misión primordialmente pedagógica. Obviamente, nunca impositiva de los modos de vida que debe asumir cada individuo, pero sí orientadora al presentar y proponer estilos de vida que se sitúen en los carriles de la potenciación del espíritu encarnado que cada uno somos.
Es evidente que nadie debe interferir en el desarrollo de mi personalidad estructurada con base en un proyecto vital libremente escogido. Sin embargo, la libertad exige un cultivo; necesita plegarse a un proceso de maduración afectiva (nunca plenamente cumplido) de modo que se convierta en un instrumento que sirva al verdadero desarrollo del propio ser. El desarrollo o la maduración de la personalidad es algo demasiado serio. No admite, por tanto, la improvisación.
De modo que, para alcanzar esta maduración de la personalidad es preciso atenernos a la naturaleza humana y su telos, esto es, se necesitan programas educativos, planes y estrategias formativas que preste atención al “sentido u orientación fundamental”60 de esta naturaleza que es corpóreo-anímica-espiritual. El desarrollo de la personalidad, si quiere ser auténtico, si pretende conducir a la persona a la plenitud de su ser, no puede soslayar su naturaleza espiritual. El desarrollo de la personalidad resulta, así, inseparable de una comprensión cabal de la persona y la libertad puestas en armonía recíproca con la naturaleza humana teleológica.
Un proceso educativo concebido de ese modo tiene más posibilidades de conseguir que el sujeto aprenda a elevar el nivel ético y espiritual de sus elecciones personales de manera que en cada opción avance libremente hacia el verdadero desarrollo de su personalidad y se encamine un paso más hacia el logro de la propia vida.
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