CAMILA HERRERA
UNIVERSIDAD DE LA SABANA
camila.herrera@gmail.com

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Joseph Ratzinger, Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista, sexta edición española, Madrid, Rialp, 2006.

El libro que se reseña a continuación no constituye precisamente una novedad bibliográfica. Se trata, en efecto, de una obra que vio la luz por primera vez en 1993 y que, desde entonces, ha merecido cinco ediciones más. El éxito editorial del que se ha hablado permite entrever la trascendencia del texto y, por tanto, parte de las razones que justifican su recensión, pasados ya seis años de su última
edición en castellano.

Verdad, valores y poder es un libro recopilatorio que contiene tres conferencias pronunciadas por el entonces cardenal Joseph Ratizinger entre 1991 y 1992. La idea fundamental que atraviesa la totalidad de estos trabajos es la incapacidad del relativismo y del formalismo de sustentar la auténtica democracia que, como señala muy bien el autor, no puede convertirse en un monstruo el cual, alimentado por un consenso ciego y nihilista, se vuelva contra el propio hombre. En opinión del autor, en efecto, el repudio de la verdad –a la que desde la perspectiva de ciertas corrientes de la élite intelectual se le considera un elemento de opresión dogmática– ha vaciado de sentido a la libertad, haciendo de ella un mero poder hacer que, en tanto irracional, está llamado a anularse a sí mismo. Como alternativa a esta forma “vacía” de la libertad (entendida como un mero poder hacer sin ser interferido), Ratzinger aboga por un modo de entender este concepto dentro de las coordenadas del orden, esto es, bajo la aceptación de que el “poder hacer” está referido a fines y valores (bienes) objetivos, relacionados con la felicidad humana y fundados en su constitución ontológica. En palabras de Ratzinger: “el concepto de libertad reclama, por su misma esencia, un complemento que le proporcionan estos dos nuevos conceptos: lo justo y lo bueno. Podríamos decir que es propio de la libertad la capacidad de la conciencia para percibir los valores humanos fundamentales que atañen a todos los hombres”.

Como se ha dicho, el libro consta de tres intervenciones pronunciadas por el actual pontífice durante los primeros años de la década de los noventa. La primera de ellas, titulada “La libertad, la justicia y el bien: principios morales de las sociedades democráticas”, fue escrita con motivo del acto de posesión del entonces cardenal ante la Académie des Sciences Morales et Politiques de París. Conforme a lo que es tradicional en este tipo de actos, Ratzinger comienza haciendo alusión al legado de quien antes ocupaba su lugar como miembro de la academia, en este caso, el ruso Andrei Sajarov, ilustre físico y crítico del totalitarismo soviético. De él destaca su valentía pero, sobre todo, el valor de su oposición a la idea de amo ralidad de la ciencia y de “vaciamiento moral” de la vida pública. Pero la intervención de Ratzinger va mucho más allá. El totalitarismo soviético dista mucho de ser un caso excepcional. Por el contrario, la democracia contemporánea, que con tanta gala y grandilocuencia se autoproclama como una realización de todos los sueños emancipatorios y refugio contra cualquier forma de oposición, adolece del mismo mal denunciado por Sajarov: ha renunciado voluntariamente a la verdad y a todo contenido objetivo de moralidad y Derecho. Aferrada a los “más dogmáticos principios del antidogmatismo”, la democracia contemporánea –al menos tal como aparece en las propuestas de autores como Rorty– no concibe otra corrección que la formal, ni más verdad que el consenso, tan variable como falible, por lo que termina convertida en un sistema brutal y poderoso que ejerce su violencia a favor de quien tenga el poder de manejar los consensos del momento y de moverse ágilmente y con astucia por los recovecos de la técnica legislativa. Convertida en una especie de religión de la no intrusión y la neutralidad valorativa, la democracia deja de ser refugio y salvaguardia de la libertad que pretende defender para convertirse en santuario de la arbitrariedad maquillada con tecnicismos.

El segundo trabajo tiene un nombre sugerente, “Si quieres la paz respeta la conciencia de cada hombre. Conciencia y verdad”. Tal como su título lo sugiere, el texto apunta a la defensa de una comprensión de la conciencia como santuario de la verdad, y no como mera disposición subjetiva. En su argumentación, Ratzinger comienza refiriéndose a la opinión expresada por un teólogo de que la conciencia errónea, en tanto que libera a ciertas personas del cumplimiento de cargas morales que no pueden cumplir, es un medio de salvación previsto por la Providencia para estas almas “más débiles”. Esta postura le produce grandes reservas pues supone la idea de que la verdad puede ser una atadura y el error liberación que, desde luego, no es compatible con la afirmación evangélica de que “la verdad os
hará libres”. La cuestión que Ratzinger plantea no es la de la obligatoriedad de seguir a la conciencia errónea (cosa que da por supuesta), sino de la virtualidad liberadora de este acto. ¿Puede ser mejor la conciencia cuando se equivoca? Para responder a ello, Ratzinger comienza por explicar que la conciencia es mucho más que una actitud subjetiva. La estructura de la conciencia es relacional, está referida
al fin de entrar en contacto con la realidad, y no simplemente encerrada en los confines de la interioridad humana. No es algo que esté en función del “estar tranquilo” sino más bien, del “estar en lo correcto”. Ir tranquilamente al abismo, en efecto, no mitiga en absoluto el daño del golpe. En contraposición a esta concepción meramente subjetiva y emocional de la conciencia, Ratzinger recurre al
pensamiento de Newman, el más audaz de los defensores modernos de la conciencia. Esta aparece en el pensamiento del cardenal inglés como refugio de la verdad, movimiento interno hacia esa realidad que no depende del sujeto.

Ratzing er cierra el libro con un escrito titulado “el significado de los valores morales y religiosos en la sociedad pluralista”. En él se vuelve a plantear la pregunta –ya esbozada en el primer capítulo– de si es correcta la afirmación de que la subsistencia de la democracia exige la renuncia a toda valoración o a toda creencia firme.¿Es cierto que la democracia solo puede existir cuando se ha despojado de sus contenidos?, ¿la democracia solo puede subsistir si se convierte en una anémica y descolorida formalidad, tal como plantea Kelsen?, ¿solo el relativismo la preserva, como plantea Rorty? Ratzinger recuerda, entonces, la radical y muy discutida interpretación kelseniana del juicio de Jesús ante Pilato como un prototipo de juicio democrático guiado por el escepticismo, y se pregunta si “esa” democracia impotente ante la injusticia y que, de hecho, puede reclamar la sangre del más inocente de los hombres, debe ser buscada y promovida. Luego, ha de preguntar a Rorty si verdaderamente el relativismo y el escepticismo pueden defender la libertad humana. La respuesta que cabe encontrar en los escritos del filósofo norteamericano le parece contraevidente. Si es cierto que la razón pragmática de mayoría “incluye ciertas ideas intuitivas, por ejemplo, el rechazo de la esclavitud”, ¿cómo explicar el hecho de que justamente la esclavitud sea una de las prácticas más aceptadas de la historia de la humanidad? Así pues, el mero consenso no puede ser sinónimo de corrección ni considerarse siempre inocuo y respetuoso de la dignidad del hombre. Si realmente se quiere un modelo democrático que se adecue efectivamente a lo que exige la eminencia humana, habrá que sustentarlo en un sólido fundamento metafísico del que se siga un aparato valorativo objetivo.

Cabe resaltar que la edición española de este libro incluye un escrito introductorio de José Luis del Barco, tan profundo como exquisitamente redactado, en el que se expone el sinsentido que supone la renuncia a la valoración y el miedo a la verdad. Por último, una observación sobre una pregunta implícita: ¿por qué recensionar un libro que ya no es una novedad bibliográfica? La razón radica en que los libros no solamente se actualizan por causa de las reimpresiones y reediciones sino que también lo hacen porque las circunstancias así lo exigen. Ahora bien, todo parece indicar que la cultura política contemporánea está pasando vertiginosamente del desdén de la verdad al odio virulento hacia la misma. La intolerancia del relativista se multiplica exponencialmente cada día de modo que, con toda certeza, el tema es hoy mucho más actual que cuando se escribió el libro, e incluso que cuando se publicó la última edición.